“¿Pero el cortejo es algo lindo, no?”
“Si estuviéramos hablando de animales en época de celo pues sí, sería cierto. Y ese es el problema. Durante el ‘cortejo’, como lo llamas, los hombres procuran dar muestras de ser todo lo que no son, sino solamente lo que imaginan que las mujeres quieren que sean para conseguir satisfacer impulsos primarios que ellos mismos no acaban de entender, y cuando toda l. a. farsa se ha consumado y el hombre ha saciado ese apetito que tan fácilmente confunde por amor, y los angeles mujer se ha despertado de los angeles fantasía que estableció en su cabeza, en su imaginación, de pronto entra los angeles realidad para los dos. El hombre, saciados sus instintos de depredador – porque el cortejo es ante todo una caza – y su impulso sexual, busca nueva presa; y l. a. mujer, desilusionada, se entrega a las canciones de abandono amoroso y al tiempo vuelve a ponerse su pintura y armamento de guerra – maquillaje, uñas artificiales, sostenes especiales que levanten y separen, fajas que contornen y moldeen, tacones para resaltar las pantorrillas, adornos para captar los angeles atención visible a lugares anatómicos selectos – a young su quiosco, y a untarse de sus mejunjes odoríferas de flores exóticas y caras, para tentar nuevas abejas. Y el proceso se repite. Me refiero a l. a. ilusión que desilusiona. Yo no me presto a eso. Una mujer madura debería saber lo que quiere en un hombre, y el hombre que lo es, lo es siempre y en todo lo que hace, no porque compre sweets o flores o abra puertas. Yo no ‘pretendo’, hago; no cortejo, conquisto lo que es mío. O los angeles mujer me reconoce como el hombre al que se quiera entregar, y no me refiero a sexualmente, o al menos no solamente sexualmente sino que en esencia, o no lo hace. No estoy tan desesperado.”
“¿Y l. a. competencia?”
“No tengo competencia. Soy una edición exclusiva, clásica. O te gusta, o no”, dijo con los angeles cara seria pero sus ojos mostraban una sonrisa burlona, pícara.
Me faltaba el aliento. period el hombre más imperioso, más altivo, más confiado que había conocido, y eso me cautivaba, me embelesaba, me seducía; ni siquiera vi el precipicio:
“¿Cuándo se dejaron de hacer hombres como Usted?”, pregunté atontada, el sonido de mis palabras me llegaban de segundas a los oídos después de haber sido dichas.
“Pues quizás cuando se dejaron de hacer hombres, punto”, dijo con una naturalidad como el que habla del tiempo aburrido del mismo.